jueves, 30 de julio de 2009

"Álora la bien cercada": riqueza estilística del romance



1. El texto y su perspectiva.


Hay críticos que determinan o influencian a sus continuadores. Sus ideas se convierten en coordenadas en las que se sitúan las críticas posteriores. Un ejemplo de este fenómeno puede ser la visión del Romancero (de sus valores estilísticos, que es de los que tratamos en este trabajo) de Menéndez Pidal. Don Ramón -autoridad canónica en materia romancística- ha escrito sobre el estilo de los romances que "se distinguen por su extrema sencillez de recursos, que se manifiesta ora en la abstención y eliminación de elementos maravillosos, ora en la parquedad ornamental, en la adjetivación reprimida, ora en la adjetivación asonantada monorrima; es la misma austeridad realista, la misma simplicidad de forma que caracteriza nuestra literatura más representativa (...) Con esa sencillez de recursos, los romances alcanzan gran viveza intuitiva de la escena, emoción llana y fuerte, elevación moral, aire de gran nobleza" (2). La cita, aunque breve, es un buen resumen de las ideas de este crítico sobre el estilo del Romancero. Están aquí los rasgos más importantes: sencillez, realismo, parquedad estilística, intensidad. He aquí algunas notas que la crítica y los manuales han venido repitiendo. Parece que la adscripción de este género a la poesía popular lleva a considerar sus valores estilísticos como elementales, y así la perspectiva crítica se desplaza preferentemente hacia una óptica histórica y/o textual: aspectos genéticos, acercamientos históricos, análisis de variantes y versiones -que, con frecuencia, forman una maraña laberíntica-, estudios comparativos, planteamientos temáticos... Toda esta labor crítica constituye una de las páginas más amplias y ricas (e inabarcables) de la bibliografía sobre literatura española. La razón de esto no puede ser la preferencia o el capricho de los estudiosos, el prejuicio, la moda o la influencia de uno o varios críticos importantes. La razón está seguramente en el texto mismo y sus valores. La poesía popular (mejor llamarla "tradicional", con el término pidaliano, por las connotaciones negativas que el calificativo "popular" conlleva), por su misma naturaleza, parece abocada a un estudio que, como centro de su metodología, considere el texto como el resultado de una compleja interrelación de textos e influencias recíprocas, y no como un objeto artístico único e irreductible, importante en la medida en que se separa y diferencia de todos los demás.
En general, el método crítico, la perspectiva y, en última instancia, el tipo de crítica que se aplique en un determinado texto está condicionado por distintos factores. Uno de éstos es el texto mismo y sus valores intrínsecos. Por sus propias características, cada texto será más "rentable" al ser abordado por un método concreto. Un poema gongorino, por ejemplo, parece más apto para un análisis estilístico que valore los recursos que -con palabra del Formalismo- "extrañan", desvían su lengua de la lengua usual; mientras que una novela del realismo decimonónico resulta más adecuada para una óptica sociológica, que considere la obra como consecuencia y modelo de la sociedad de su momento. Entre estos dos ejemplos extremos, cabe una amplia gama de ejemplos intermedios. Y no es que exista ninguna ley expresa que determine exactamente la relación del texto con su óptica crítica (puede hacerse, por ejemplo, una lectura sociológica de un soneto barroco), pero sí hay relación indudable entre los caracteres propios, intrínsecos del texto estudiado y la perspectiva y metodología que se aplica. Por tanto, esta preeminencia de un método histórico y textual en el Romancero antiguo (3) parece presuponer la atribución de ciertos valores estéticos y literarios en estos textos. Valores como los indicados en el cita de Menéndez Pidal; es decir, características que presuponen en el crítico una previa idea de sencillez y elementalidad, propia e innata a la manifestación artística popular. Poesía, pues, hecha más desde la intuición que desde una artificiosa elaboración y destinada a un público cuya recepción de la obra no supone gran esfuerzo ni conocimientos previos. Frente a este tipo de poesía, habrá otra (la culta) caracterizada por una ardua elaboración, compleja en sus valores y relaciones y exigente, a veces, de unos conocimientos y unos niveles de sensibilidad en el lector, lo que hace que el mensaje sea inaccesible a muchos lectores. Se establece así una suerte de dicotomía poesía culta/popular que se vincula la dicotomía complejidad/facilidad poética. A los elementos de esta oposición corresponden, en líneas generales, perspectivas y metodologías críticas bien distintas: textual, historicista, atenta a las relaciones entre los distintos textos del género, en el caso de la poesía popular; más pendiente a los valores estilísticos y estéticos, al valor del texto en sí, su mismidad, en el caso de la culta. Admito que cualquier discriminación de esta naturaleza supone, de alguna manera, una simplificación. No obstante, pienso que, con excepciones seguras, esa oposición es real en el campo del estudio literario.
En este trabajo se pretende, si no revisar (que sería harto ambicioso), sí matizar esta oposición con un ejemplo concreto: el análisis estilístico de un romance tradicional, para ahondar en lo que he llamado "riqueza estilística". Se verá con ello que el romance está dotado de valores literarios independientes de su valía como fenómeno histórico o de cultura popular. Y que esta riqueza estilística es más compleja, matizada y honda de lo que superficialmente parece.

2. El texto: algunos datos y primera aproximación.



El texto del romance fronterizo de "Álora la bien cercada" aparece ya en la clásica recopilación de Wolfy Hofmann (4) y es recogido luego en diversas antologías y colecciones. Pertenece al grupo catalogado como romances fronterizos y nos narra un episodio real de la reconquista; episodio que para los oyentes de la época debía tener un valor de noticia, un interés de viva actualidad. Desde un punto de vista histórico el texto no presenta grandes problemas y tiene un referente más o menos real, salvando, claro está, la recreación (la manipulación, en algunos casos) de la realidad que supone toda creación artística. Se relata en estos versos, como es frecuente, un episodio perteneciente a la última parte de la reconquista: el intento de conquista por parte del adelantado don Diego de Ribera (muerto en 1434) del castillo de la ciudad de Álora, en poder de los árabes. Es, pues, el tema típico de los llamados romances fronterizos o noticiosos. En el Laberinto de la Fortuna de Juan de Mena se hace referencia a este suceso, comparando la muerte del adelantado con otras muertes heroicas de personajes famosos, como Esteva, el conde de Mayorga o Rodrigo de Perea; aunque no parece que Mena use el texto del romance. En la copla CXC del Laberinto se lee:

"Aquel que tú ves con la saetada,

que nunca más faze mudanza del gesto,

mas por virtud de morir tan honesto

dexa su sangre tan bien derramada

sobre la villa no poco cantada,

el adelantado Diego de Ribera

es, el que fizo la vuestra frontera

tender las sus faldas más contra Granada" (5).

Como indica Menéndez Pidal (6), esta alusión de Mena (1444) se refiere a este romance o a otro parecido. Por lo tanto, si sabemos que don Diego de Ribera murió en el año 1434, "sabemos -dice Menéndez Pidal- que fue escrito a raíz del suceso que relata". Con lo cual se confirma ese carácter "noticioso" que le atribuye su clasificación. De todas formas, suele haber una buena distancia temporal entre el hecho narrado y la fecha en que el poema se recoge en los documentos escritos o colecciones. La transmisión oral es , por supuesto, anterior a su fijación en documento escarito. Nuestro romance no fue recogido en pliegos sueltos y copias hasta el siglo XVI (7).
Precisamente, el texto, desde el apóstrofe inicial hasta el final inesperado y abrupto, está elaborado en función de resaltar esta vivacidad y agilidad narrativa que tantas veces han sido destacadas por la crítica. Veamos el texto, divido en versos octosílabos, aunque algunos usen la tipografía de versos de 16 sílabas divididos en dos hemistiquios, siguiendo el criterio de la íntima relación (defendida por Menéndez Pidal y hoy aceptada pormuchos estudiosos) de estos poemas con los cantares de gesta:


"Álora, la bien cercada,

tú que estas en par de río,

cercóte el adelantado

una mañana en domingo,

de peones y hombres de armas

el campo bien guarnecido;

con la gran artillería

hecho te habían un portillo.

Viérades moros y moras

todos huir al castillo.

Las moras llevaban ropa,

los moros harina y trigo,

y las moricas de quince años

llevaban el oro fino,

y los moricos pequeños

llevaban la pasa y el higo.

Por cima de la muralla

su pendón llevan tendido.

Entre almena y almena

quedado se había un morico

con una ballesta armada

y en ella puesto un cuadrillo.

En altas voces decía,

que la gente lo había oído:

¡ Tregua, tregua, Adelantado,

por tuyo se da el castillo!

Alza la visera arriba,

por ver el que tal le dijo,

asestárale a la frente,

salido le ha al colodrillo.S

acóle Pablo de rienda,

y de mano Jacobillo,

estos dos que había criado

en su casa desde chicos.

Lleváronle a los maestros

por ver si será guarido.

A las primeras palabras,

el testamento les dijo" (8).

3. Análisis estilístico: segunda aproximación


Esta primera impresión se confirma y, a la vez, se enriquece con un estudio pormenorizado. Se pretende primordialmente en este estudio acercar la lupa del análisis estilístico para comprobar más minuciosamente que estas impresiones tienen fundamento cierto en el texto; es decir, este poema (y, por extensión, el romancero) es portador de unos valores literarios nada simples ni comunes; por el contrario, ricos y complejos. En el romance antiguo hay una riqueza estilística que, si no ha sido suficientemente analizada por los críticos, sí que ha sido intuida y aprovechada por aquellos autores modernos que han continuado la tradición del romancero, tomando de él no sólo lo más externo (la forma métrica, algunos temas), sino los recursos estilísticos (9).
Para proceder al estudio del romance, lo divido en 7 partes, aunque sin perder nunca de vista la esencial unicidad del texto literario:

1ª parte (vv. 1-2).
"Álora la bien cercada, - tú que estás en par del río,cercote el Adelantado - una mañana en domingo"

El comienzo del poema es muy importante para su caracterización general. En estos dos versos están, de forma abrupta y sobria, trazados los rasgos principales del que será el escenario de la narración nuclear del texto: la traición y muerte del personaje. En estos pocos trazos se aúna lo necesario para que la panorámica no quede incompleta: el elemento espacial (Álora), el elementos temporal (mañana de domingo) y el personal (el adelantado, protagonista de la escena). Están vinculadas al carácter dramático del romancero "fórmulas de instauración de un escenario antes de comenzar la acción" (10). Así, el vocativo inicial con el nombre del lugar es, primeramente, una forma de situar la escena en el espacio, pero también una invocación hacia el objeto cantado, la ciudad a la que se dirige el autor en el apóstrofe inicial. Ambas funciones son importantes en la producción romancística. Es necesario trazar el escenario antes de pasar a la acción, necesidad que se relaciona con el carácter dramático atribuido clásicamente a estos poemas. Algunos estudiosos relacionan este carácter dramático con una función de visualización, función normal en un texto cuya trasmisión habitual sería el recitado público. Es lo que se ha llamado, con una expresión que me parece afortunada "estética de la teatralidad y la oralidad" (11), es decir, la estética propia de un texto destinado al espectáculo público y que presenta los elementos necesarios para interpelar a los receptores. Estos dos rasgos están presentes en todo el poema y se volverán a encontrar en más de una ocasión. Pero volvamos al texto: junto al elementos nominal principal, la aposición "la bien cercada" es un tipo de fórmula muy común en el romancero. Se pretende ennoblecer el objeto al que se le adosa la fórmula, dándole el carácter de poseedor de cualidades relevantes. Es lo que se han llamado "epítetos rituales", que se aplican sobre todo a personajes, pero que aquí cumple la misma función con el nombre de lugar. En el v. 2 el pronombre de segunda persona "tú" incide en la misma dirección del apóstrofe inicial (el carácter apelativo y personificador) y enriquece la formación espacial del escenario del relato: "al par del río". Los vv. 3-4 describen la acción en su carácter más esencial: se trata de un cerco a una ciudadela y lo dirige una autoridad cristiana, "el adelantado" (12). Es de notar que con este nombre genérico de carácter indeterminado se supone en los receptores un conocimiento previo de estos datos, rasgo muy propio de la poesía popular. El artículo ante el nombre parece darle un carácter de antonomasia. "El artículo -escribe Lapesa- individualiza al adjetivo, presentándolo como solamente aplicable a un ente único" (13). No es un adelantado cualquiera, en un sentido genérico, sino "el" adelantado: hombre concreto y sin duda conocido por los receptores. En suma, el comienzo de este romance es lo que Di Stefano llama "exordio apostrófico paranarrativo" (14), que prepara y en cierto modo anticipa el contenido de la narración nuclear.

2ª parte (vv.3-4).
"de peones y hombres de armas - el campo bien guarnecido;con la gran artillería - hecho te habían un portillo"

Si en los versos anteriores queda trazado (espacial y temporalmente) el escenario en que va a acontecer el relato, en éstos comienza la acción propiamente dicha. Del tono invocativo se pasa al descriptivo. El punto de vista del autor se acerca al objeto descrito. La escena que se presenta se divide, de forma geométrica, en dos partes que responden a los dos bandos en liza: el atacado (peones y hombres de armas) y el atacante (artillería). Se perciben así elementos que ya pertenecen al detalle de la escena: peones, hombres, armas, artillería; nombres todos que se incluyen en un campo semántico claramente denotativo de un significado bélico. El autor sigue dirigiéndose al lugar de la acción: pronombre "te" de segunda persona que recalca el "tú" y el "te" enclítico de los versos anteriores. Se observa algo que va a ser una constante progresiva en todo el poema y que, de alguna manera, va a constituir la columna vertebral de todo el texto: el cambio de perspectiva del autor con respecto al objeto descrito-narrado. Un movimiento que, en este caso, es de acercamiento. Queda así patente ese carácter "visual" que algunos críticos intuyen y que enmarcamos en esa "estética de la teatralidad". Diego Catalán ha hablado de la importancia de la "articulación dramática" en el romance, ya que "los relatos pretenden hacernos asistir a la transformación de un antes en un después; reproducen, reactualizándolo, el discurrir del tiempo" (15). Y este cambio de perspectiva sin duda es un elemento importante en esta "articulación". También Lapesa se refiere a este rasgo, considerándolo como un medio para evitar la monotonía del relato (16).

3ª parte (vv. 5-8).
"Viérades moros y moras -todos huir al castillo:Las moras llevaban ropa; - los moros harina y trigo,y las moricas de quince años -llevaban el oro fino,y los moricos pequeños - llevan la pasa y el higo."

La perspectiva del autor con respecto al objeto se sigue moviendo en la misma dirección iniciada anteriormente: la de acercamiento. No hay otro símil mejor para explicar este recurso que el cinematográfico. Es como el objetivo de una cámara que, en la primera parte nos ha dado una vista panorámica de la escena; en la segunda, se ha acercado lo suficiente para vislumbrar a las partes en lucha; y en esta tercera parte se acerca hasta darnos los detalles nimios de aquellos objetos que llevan los moros huidos, en una relación desordenada que recuerda lo que Leo Spitzer llamaba una "enumeración caótica": paja, higos (17), oro, etc. Se da en estos versos la enumeración de elementos concretos; enumeración detallada de los objetos más dispares. Diríase que excesiva para lo que el relato pretende narrar. Para exponer la traición y muerte del personaje, ¿es necesaria esta acumulación de detalles? La respuesta negativa a esta pregunta parece contradecir una de las características clásicamente destacadas en el lenguaje del romancero: su economía de medios expresivos. Sin embargo, dicha enumeración tiene sentido si se la considera un elemento de objetivación del relato: la escena narrada se hace más objetiva, más cercana; el autor (o los autores) acerca más la escena a los ojos del público. Para ello se va pasando desde la visión panorámica de la invocación inicial a esta relación de objetos, en una intensidad que va aumentando progresivamente. Además, es coherente con su carácter dramático el tener "series descriptivas de ampliación" (18), lo que daría facilidad al juglar para variar o ampliar estas descripciones recurriendo a un rico repertorio de tópicos.
Va introducida esta serie descriptiva por una de las formas más peculiares del romancero: "viérades", expresión verbal de una gran vivacidad y riqueza expresiva. Con ella se destaca el valor visual de lo que sigue. No es lo importante, por ejemplo, lo conceptual o lo moral, sino lo plástico. Las palabras del juglar quieren suscitar la imagen en el público oyente. El autor sigue usando la segunda persona, pero cambia de interlocutor implícito: primero hablaba a la ciudad, invocándola, y ahora se dirige a los receptores. Recurso este que, de nuevo, nos sitúa en la estética teatral. Es frecuente que en el teatro el autor, por medio de un actor, se dirija al público para interpelarlo, para implicarlo en la obra, para romper la línea que separa obra y público, arte y vida.

4ª parte (v. 9).
"Por cima de la muralla, su pendón llevan tendido".

Este verso es como un gozne alrededor del cual giran las dos grandes partes en las que puede dividirse en poema: hasta aquí (vv.1-8) se establecen los rasgos del espacio-tiempo de los hechos narrados; a partir de este verso de transición (9 y ss.) se desarrolla la sustancia narrativa propiamente dicha: la traición y muerte del protagonista. Entre el espacio escenario y la acción misma, este verso hace que la transición de una parte a otra no sea demasiado abrupta, sin solución de continuidad. Los nombres "muralla" y "pendón" vuelven a un campo semántico de guerra, después de la enumeración anterior que hacer referencia, más bien, a la vida cotidiana y doméstica, que se ve alterada por esta conmoción. La perspectiva del autor (la cámara) se acerca a la muralla, lugar cercano a la tragedia. No se trata de una vista panorámica como la anterior, ni de la descripción de acciones concretas de personajes, como lo que sigue, sino de un término medio, de transición.

5ª parte (vv. 10-13).
"Entre almena y almena- quedado se había un moricocon un ballesta armada- y en ella puesto un cuadrillo.En altas voces decía, que la gente lo había oído:¡Tregua, tregua, Adelantado,- por tuyo se da el castillo".

Planteadas las coordenadas espaciales y temporales, entran los personajes en acción. En este caso, un personaje desconocido: un morillo que se esconde entre las murallas para matar alevosamente al protagonista. Téngase en cuenta que el personaje es anónimo; es un mero instrumento para realizar la acción. Todos los elementos que lo describen sirven para dar idea de ocultamiento, astucia, traición. El moro es caracterizado de una forma abiertamente negativa; no existe aquí lo que Georges Cirlot llama la "maurofilia" (19) , esto es, la visión del moro desde una óptica positiva y laudatoria. De nuevo aquí puede hablarse de una descripción exhaustiva o, al menos, acumulativa de detalles: está escondido el astuto morillo entre almena y almena, tiene preparada su ballesta con un cuadrillo. Se introduce aquí un nuevo e importante elemento: el diálogo. En boca del personaje se pone este "¡Tregua, tregua, adelantado!" que el oyente sabe falso, porque ya ha recibido la información de que el personaje está escondido y ha preparado su arma. Es un momento altamente teatral del poema que, en la recitación del juglar, debía ir acompañado por una elevación del tono y un gesticulación adecuada. Estos parlamentos breves y en tono exclamativo son también una característica común del romancero y están vinculados a su carácter oral, de recitación pública.


6ª parte (vv. 14-15).
"Alza la visera arriba - por ver el que tal le dijo,asestárale a la frente, - salido le ha al colodrillo".

Por fin, en estos versos, entra en acción el verdadero protagonista del texto, que va a ser traicionado y muerto. Es el punto álgido del poema, que llega a una tensión para la que ha estado preparándose en los versos anteriores. En realidad, en estos dos versos está descrita la escena principal del poema: la muerte del adelantado. Diríase que todo lo anterior no es sino preparación para esto y que todo lo que sigue no es sino su consecuencia y remate. Es curioso que sea tan poco el espacio dedicado a la escena principal mucha más el que se dedica a su preparación. No obstante, si bien constituye un breve párrafo, esta brevedad se ve compensada por la intensidad. Aquí esta condensada toda una escena, sólo que la economía de medios expresivos es en tan importante en el fragmento como la intensidad de estos medios. Se omiten los dos sujetos, que han de sobrentenderse en el contexto. Pero no en un contexto gramatical (lo que clásicamente se llama sujeto elíptico u omitido), sino más amplio: hay que tener en cuenta todo el poema para saber que el adelantado es quien "alza la visera arriba" y que el moro es quien le "asesta" en la frente. También el receptor ha de descubrir "qué" es lo que le "asesta" en la frente y le "sale" por el colodrillo. El primer verbo, por su carácter transitivo, reclama un objeto directo que no aparece; lo mismo que no se hace explícito el sujeto del segundo. A pesar del carácter cruento de la escena, no se menciona ni se insinúa nada sobre sangre, herida, muerte u otros conceptos de parecido significado. La escena es descrita de una forma limpia y sobria; sobriedad y concisión que contrastan con la profusión de detalles en los versos anteriores. Es como si hubiera un juego de compensaciones, de contrapesos: en la ubicación espacial y en la descripción de la huida de los moros se rebaja el texto a detalles nimios; y en el momento cumbre (clímax) de intensidad, basta con unas notas descriptivas para que el receptor capte toda la fuerza de la escena.

7ª parte (vv. 15-19).
"Sacólo Pablo de rienda - y de mano Jacobillo,estos dos que había criado - en su casa desde chicos.Lleváronle a los maestros - por ver si será guarido.A las primeras palabras, - el testamento les dijo"

La parte final del romance es de un dramatismo contenido y latente. Las fuerzas del drama desencadenan la tragedia final. En este momento el poema da una nota entrañable, familiar, de ternura. Los que se llevan al protagonista muerto o malherido son conocidos por sus nombres (Pablo y Jacobillo), cosa que no ocurre ni con el mismo adelantado ni, por supuesto, con el morillo que le dispara. Son un modo de uno de los rasgos más delicados del romancero: el de los personajes secundarios; esos personajes que no ocupan el primer plano de la narración, pero que siempre aparecen en el momento oportuno, dando una nota de ternura y humanidad (20). El v. 16 y las voces "criado", "casa" y "chico" (con connotaciones de intimidad), más el diminutivo usado para uno de los nombre propios, todos son elementos que inciden en el carácter familiar, íntimo de la muerte del héroe. El autor del romance, desde la lejanía de varios siglos, nos envía un mensaje entrañable: el protagonista es una autoridad y un guerrero, pero a la hora de morir, es simplemente un ser humano. En el verso final se encuentran ejemplificadas dos características de las que ya se ha dicho algo: la sobriedad y el fragmentarismo. Sobriedad, porque en lugar de decirse que el héroe muere, se informa de que dicta testamento; esto es, se insinúa, pero con un tono fatal que hace de esta insinuación una certeza. En pocas palabras la escena está trazada en toda su complejidad, pero con un dramatismo no estridente, sino severo y sobrio. Es clara la economía de medios y lo que se calla es tan importante como lo que se dice. ¿Sería posible también hablar de "fragmentarismo"? En parte, sí, porque no se concluye el hecho histórico que se narra. Como afirma López Estrada, los oyentes ya identificarían el fragmento como parte de un conjunto más amplio conocido por todos. Pero desde un punto de vista estético, literario, el texto es redondo, acabado. Con la lectura final del testamento queda conclusa la narración, sin que necesite más (21). El relato baja, como dice Menéndez Pidal, por "la pendiente del desenlace", aunque esta pendiente sea suave y nada abrupta.
La verdad es que en este final, con mayor intensidad que en el resto del poema, el autor del texto (quien fuere, colectivo o individual, popular o culto) otea unos horizontes estéticos que van más allá de los habituales en la poesía popular y pisa firme en un terreno que pertenece más bien a la modernidad estética.

4. Riqueza estilística del romance.



No es fácil hacer una distinción clara entre poesía culta y popular y trazar entre ellas unas fronteras diáfanas. Entre estos dos mundos poéticos y culturales hay una continua osmosis, que hace que algunos fenómenos poéticos sean difícilmente clasificables. Sirva de ejemplo el llamado "Romancero Nuevo" escrito por autores cultos (Góngora, Quevedo, Lope) en plena época de la artificialidad barroca y que hunde sus raíces en la tradición popular anónima del Romancero viejo (22) .
La complejidad de la poesía llamada culta -desde la poesía de Cancionero hasta Góngora, por poner como ejemplos dos hitos de esta corrientes- puede radicar en dos aspectos. a) La complicación de las relaciones sintácticas, que violentan el orden habitual del lenguaje usual, y la cada vez mayor complejidad de las imágenes, en un plano léxico-semántico. A este aspecto lo llamo "textual". b) La inserción del texto en un universo cultural que supone un metalenguaje, un código que el receptor ha de comprender para descifrar el poema. De este aspecto (que llamo "cultural") pueden darse ejemplos conocidos: hay que conocer el código de la mitología clásica, aparte de estar familiarizado con los usos sintácticos del latín clásico, para descifrar las Soledades gongorinas; hay que tener un conocimiento previo de las normas y usos del amor cortés para comprender la poesía amorosa del Cancionero. El autor presupone o exige (a veces, como en el caso de Góngora, con una vehemencia casi impertinente) estos conocimientos del lector.
La complejidad estilística que hemos comprobado en el romance estudiado (que pretende ser sólo un ejemplo) es de otro orden. No hay en él complicación sintáctica. La concatenación de la frase mantiene estructuras sencillas. Este rasgo puede verse como una necesidad inherente al carácter popular y oral del romance. La necesidad de ser recordado fácilmente conlleva esta sencillez sintáctica, así como una serie de recursos (fórmulas, invocaciones, paralelismos) que todos ellos ayudan a la memoria del juglar o del oyente que gustará de repetir el poema. Por otra parte, esta sencillez estructural hace posible el constante cambio de las variaciones de una versión a otra, propio de esta poesía. El conmutar unas palabras por otras, la ampliación, la reducción, el continuo cambio al que se ve sometido el texto por el juglar o el público no es posible sin esta sencillez sintáctica y léxica (23). Sí hay, en cambio, complejidad en las relaciones del narrador con el objeto narrado, de cambios de perspectivas, de aprovechamiento económico de los recursos expresivos, del contrate; intensificación de tono minucioso y descriptivo o rápido o narrativo, según las necesidades del fragmento; mezcla de los dos recursos anteriores en el mismo texto; riqueza en la flexión verbal, complejidad, sobre todo, más por concentración que por dilatación de sus elementos. Complejidad, en fin, que no presenta ninguna dificultad de comprensión en el receptor, aunque en algunos casos, como el presente, ha de poseer unos conocimientos geográficos o históricos previos.
Estos poemas populares tienen una vitalidad, una riqueza que hace de ellos un filón para la poesía culta de todos los tiempos. En este sentido es compresible todo el movimiento del llamado "romancero nuevo" y la larga veta ininterrumpida, río poético de ancho cauce, que, pasando por los dos Machado y Juan Ramón, y llega hasta García Lorca y Alberti. Hay en todos estos autores algo más que el calco de una determinada estrofa o ritmo, o el seguimiento de algunos temas tradicionales. Hay un aprovechamiento de la insospechada pero evidente riqueza estilística del romance.
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NOTAS


1.- Comunicación presentada en el III Congreso de investigadores del Guadalhorce, organizado por el Aula cultural Guadalhorce y el Centro de Profesores de Málaga (Álora, abril de 2001). Este texto, prácticamente, reproduce dicha comunicación, aunque se le han hecho algunas modificaciones y añadido algunas notas.
2.- Flor nueva de romances viejos, Madrid, Espasa-Calpe, 1980, 4ª ed., pág. 26.
3.- Hay también en el amplio mundo bibliográfico sobre el romance estudios que abordan la cuestión desde una óptica estilística y estética, que es la que aquí me interesa. Cfr., por ejemplo, J. Szertics: Tiempo y verbo en el Romancero viejo, Madrid, Gredos, 1967; Paul Bénichou: Creación poética en el Romancero tradicional, Madrid, Gredos, 1968; Rafael Lapesa: "La lengua de la poesía épica en los cantares de gesta y en el romancero", en De la Edad Media a nuestros días, Madrid, Gredos, 1971, págs. 9 ss. (en este estudio del maestro Lapesa se une, a las observaciones lingüísticas, otras de índole literaria); M. Díaz Roig: "Un rasgo estilístico del Romancero y la lírica popular moderna", en Nueva Revista de Filología Hispánica, nº 21, 1972, págs. 79-94; desde una perspectiva más moderna de análisis narratológico, Diego Catalán: "Análisis semiológico de estructuras abiertas: El modelo ´Romancero´", en AA. VV.: El Romancero hoy: poética, Madrid, Gredos, 1979.
4.- Primavera y flor de romances, de F. J. Wolf y C. Hofmann, en la Antología de poetas líricos, de Menéndez Pelayo, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1952, tomo VI, pág. 208. Es un romance muy conocido y lo recogen distintas colecciones de divulgación; por ejemplo, Mercedes Díaz Roig: El Romancero viejo, Madrid, Cátedra, col. "Letras Hispánicas", 1991, pág. 62; Julián Ávila Arellano: El Romancero, Madrid, Anaya, 1990. págs. 86-87; también está en la clásica obra de Menéndez Pidal (cit. en nota 1), en las págs. 223-224.
5.- Cito por la ed. de Miguel A. Pérez en Madrid, Editora Nacional, 1976, pág. 135. Hernán Núñez, en su Vida de Juan de Mena que incluye en su edición del Laberinto dice que "hablando con el Alcaide de la villa en seguro, pusieron lo moros un ballestero en celada: y el Adelantado quitóse el armadura y dióle el dicho ballestero una saetada por la boca, o según otros dicen por un ojo, de la cual desde a poco murió".
6.- Loc. cit., págs. 224-225.
7.- Cfr. Wolf y Hofmann: loc. cit.
8.- El poema aparece en muchas colecciones y antologías. Cito por El Romancero viejo, ed. de Mercedes Díaz Roig (cit. en nota 4)., aunque le hago a su texto algunas modificaciones que me parecen pertinentes. En v. 3 pongo "y hombres de armas" en lugar de "y de armas", así aparece en la Flor nueva de Pidal y la preferencia es más estética que filológica. Prefiero "hecho te habían" a "hecho te había" (v. 4) por una razón de lógica gramatical: el sujeto (los atacantes) es plural y además mantiene así el octosílabo. A "llevaban la pasa" prefiero "llevan la pasa" (v. 8); es cierto que "llevaban" aparece dos veces con anterioridad en la misma serie, pero rompe la métrica del verso. En otro tipo de texto este cambio de tiempo verbal resultaría poco lógico, pero en un romance la variedad en las formas verbales es una de las características repetidas; prueba de ello es que más adelante se usa de nuevo formas de presente: "lleva" (v. 9), "alza" (v.14). Una curiosidad es como la palabra "morico" se sustituye por "morisco" en algunas versiones (así aparece en el frontal del castillo de Álora, que hoy sirve de cementerio), trueque que no tiene razón de ser y sólo puede explicarse por el parecido entre estas palabras.
9.- Quizá la obra moderna en la que se puede mejor rastrear la estilística del romancero viejo, en síntesis con rasgos poéticos vanguardistas, sea el Romancero gitano de García Lorca. El autor de este artículo está trabajando en un estudio sobre "García Lorca y la retórica del Romancero viejo"; puede verse sobre el tema Daniel Devoto: "Notas sobre el elemento tradicional en la obra de F. García Lorca", en Filología (Buenos Aires), num. 3, 1950, págs. 293-341; Juan López-Morillas: "García Lorca y el primitivismo lírico: reflexiones sobre el Romancero gitano", en Cuadernos Americanos, núm. 9, 1950, págs. 238-250; Joseph Szertics: "F. García Lorca y el romancero viejo: los tiempos verbales y su alternancia", en Modern Language Notes, núm. 2, 1969, págs. 269-285.
10.- Diego Catalán: loc. cit. págs. 234-5.
11.- Guiseppe Di Stefano (Romancero, Madrid, Taurus, 1994) trata este tema en su introducción a esta antología.
12.- El adelantado era el representante de la Corona en un territorio determinado, una autoridad civil y militar. El Diccionario de Autoridades (ed. Facsímil, Madrid, Gredos, 1969, I) lo define como "oficio en España que corresponde a Presidente o Gobernador de Provincia, que la Audencia que hacía en ella juzgaba de todas las causas civiles y criminales. Díxole Adelantado, por estar más adelante que los otros para los negocios de importancia". Corominas relaciona esta palabra con voz árabe: "en su sentido militar parece ser un calco del árabe 'muqáddam', castellano 'almocadén', que, como se sabe, significa caudillo militar" (Diccionario etimológico abreviado de la lengua castellana, Madrid, Gredos, 1976, voz "delante"). Don Quijote, en su primera salida con Sancho, viendo que éste se ve abrumado ante la idea de ser rey de una ínsula, le anima con estas palabras, que demuestran que la voz mantenía este uso en el siglo XVII: "no te apoques, que te vengas a contentar con menos que con ser adelantado" (Primera Parte, cap. II).
13.- Lapesa: Ibid.
14.- Giuseppe Di Stefano: "Un exordio de romances", en El Romancero hoy: poética, ed. cit., págs. 41-45. Se distingue en este trabajo entre a) exordios apostróficos paranarrativos, cercanos en su contenido la narración principal; y b) prenarrativos, desligados de la narración nuclear y con reducido papel expositivo. El romance de Álora, como ejemplo del grupo a) en pág. 44.
15.- Loc. cit., pág. 234.
16.- Loc. cit., pág. 18. "Para evitar [el desarrollo monótono del relato] no hay más remedio que variar el punto de vista, presentándolos desde diferentes distancias y con distintas perspectivas".
17.- Gran parte del texto de un romance tiene el valor de fórmula apta para repetirse en distintos poemas. Véanse, a modo de curiosidad, estos mismos elementos en otro poema: "Están Fátima y Jarifa / vendiendo higos y pasas / y cuenta Lagartu Hernández / que danzan en el Alambra" (Romancero General, Madrid, CSIC, 1957, I, pág. 220).
18.- La expresión es de Diego Catalán, en loc. cit.
19.- "La maurophilie littéraire en Espagne a XVè siecle", en Bulletin Hispanique, núms.. 40, 41, 43, 44.
20.- Cfr. Di Stefano: introducción a Romancero, ed. cit.
21.- Leo en una página web (HtmlResAnchor www.dur.ac.uk/-dml0amb/alora.htm) una versión del poema recogida (por cierto, con muchos errores) por A. M. Beresford, que cambia el verso final y añade un remate al texto: "A las primeras palabras / por testamento les dijo / que él a dios (sic) se encomendada / y el alma se le ha salido". Para mí este final añadido es innecesario y con él pierde el poema uno de sus mayores encantos: la sobriedad, la economía de medios, el poder de evocación en el lector.
22.- José F. Montesinos: ( "Algunos problemas del Romancro nuevo" (1953), en Ensayos y estudios de literatura española, Madrid, Revista de Occidente, 1970) observa como Lope y Góngora y luego Quevedo comenzaron su vida de artistas como autores de romances. Y José M. Blecua considera el romancero como una de las corriente poéticas que se desarrollan en nuestro primer siglo de oro; de manera que son autores de romances poetas como Gutierre de Cetina, considerados italianizantes ("Corrientes poéticas en el siglo XVI" (1952), en Sobre poesía de la Edad de oro, Madrid, Gredos, 17970.
23.- "Al lector medio le resulta más fácil entender un romance que otras obras medievales. Esto se debe sobre todo a la sencillez del vocabulario y de las oraciones" (Mª Carmen Martínez Jérez: El romancero anónimo, Madrid, Ciclo, 1989, pág. 35).



Pablo VI (precisamente ahora)

La inteligencia de Benedicto XVI es una potente máquina de sorprendernos, de aplastar tópicos y romper rutinas. La primera sorpresa de su encíclica Caritas in Veritate (en cuyo rico contenido habrá que entrar más adelante) es el hecho de enlazar directamente con el magisterio de Pablo VI y su Populorum Progressio. Pablo VI, precisamente ahora, ¿por qué? Se suponía al papa actual más vinculado a Juan Pablo II, con quien tuvo una relación espiritual e intelectual que puede calificarse de “sincronizada”. Además, Pablo VI lleva (en ese juego de las simplificaciones) la etiqueta de “progre” frente a la de “conservador” que adorna a Ratzinger desde siempre. Hay otro factor que coadyuva a la sorpresa: Pablo VI es una figura histórica un poco desdibujada en los últimos años. Queda como oculto entre dos figuras gigantescas (dejando aparte la imagen efímera de Juan Pablo I) que tienen un perfil muy acusado y una gran proyección pública: Juan XXIII y Juan Pablo II. Respectivamente, el papa de la apertura al mundo, del aggiornamento, el papa que más simpático cae a los no católicos; y el papa que ocupa el espacio mediático con su enorme figura, criticado y cuestionado fuera y dentro de la Iglesia, pero con un carisma indiscutible. Difícil papel, entre este dúo, el de Montini, sensible e intelectual (se ha dicho que “intelectual afrancesado”, amigo y seguidor de Maritain), sufridor de las los avatares del postconcilio, incomprendido por tirios y troyanos. La España de Franco lo miró con desconfianza, pero la progresía lo critica por no ser suficientemente avanzado. Sufrió como nadie las energías desatadas por el postconcilio (catecismo holandés, teología de la liberación, movimiento de los curas obreros), donde se mezclaron montañas de buenas intenciones con errores de bulto que tanto daño hicieron a la Iglesia; donde mucha gente llegó a tensar la cuerda hasta el extremo de la ruptura. Fue acusado de dubitativo, se le llamó el “el papa hamletiano” y, sin embargo, algunos de sus documentos como el Humae Vitae o el Credo del Pueblo de Dios, son una vuelta a la doctrina tradicional ante las dudas y las interpretaciones torcidas que estaban apareciendo en aquellos momentos.

¿Por qué -vuelvo a la pregunta inicial- Benedicto XVI se vuelve hacia él para sentar las bases de su doctrina social? Pienso que hay un mensaje claro: Pablo VI es, con sus luces y sombras, más que ningún otro pontífice, “el papa del Concilio”. Juan XXIII lo pone en marcha de una forma genial e intuitiva, pero es él quien lo culmina y quien sufre en sus carnes el difícil encaje de la Iglesia con la revolución cultural que inicia Occidente en los 60. En esas turbulencias, fue él el encargado llevar el timón de la nave milenaria. A pesar de las aparentes dudas, su dirección de crucero siempre estuvo muy clara: apertura al mundo, a la cultura, aggiornamento, pero fidelidad sin fisuras al Credo de la Iglesia (que tiene que volver a proclamar y resumir, para que no queden dudas, en 1968) y a su Magisterio Apertura y fidelidad, esa es la ecuación, necesariamente simplificadora, que resume el Concilio Vaticano II y que Pablo VI encarna en su persona y magisterio.

El dedo de Benedicto XVI apunta de forma clara: sigue siendo el Concilio la hoja de ruta para la Iglesia del siglo XXI.

martes, 28 de julio de 2009

Dos profecías

Publicado en Robador de Europa (Universidad de Málaga)
Las masas lo ocupan todo. De su papel de pasividad y seguidismo pasan a situarse en el primer plano de la historia. Dejan de ser un sujeto silencioso e imponen sus preferencias, sus gustos, sus criterios. Ya lo observó Ortega hace más de siete décadas. Su Rebelión de las masas se publica en 1930[1]. Tres décadas después, en Understanding media (publicado en 1964), Mac Luhan lanza una del las frases “fetiche” de la cultura del siglo XX: “El medio es el mensaje”. Lo mismo una que otra idea han sido glosadas ab nauseam y, por supuesto, interpretadas y malinterpretadas con frecuencia. (Ejemplo: a las ideas orteguianas se les atribuye una dimensión “política”[2] que no tienen; en cuanto a Mac Luhan, ha sido considerado un apocalíptico profeta del desastre o un ecologista radical, enemigo del progreso. Hay de todo.) Pero aquí me interesa destacar en estos asertos el carácter de profecía que el tiempo ha venido a confirmar.

Se confirman viendo la miseria estética, la pobreza moral, pero sobre todo la vaciedad conceptual de los contenidos de los medios[3] de masas, sobre todo de la televisión. Los medios se vacían de contenido hasta convertirse en pura apariencia; sus palabras rebotan en la Nada y producen un eco que se pierde; es todo momentáneo: pura forma. El medio suplanta al mensaje. El mensaje, en realidad no existe. Tiene poco que ver con la realidad. De hecho, su apoyatura en la realidad puede ser muy pequeña; la indispensable. Pueden darse largos debates sobre acontecimientos deportivos o mundanos que no merecían más que un instante de atención. Se le pueden colocar un gran número de micrófonos a cualquier personaje semianalfabeto, como si fuese a decir algo de lo que depende nuestra salvación. Todo esto es la confirmación palmaria de la profecía macluhanriana, de que el medio sustituye al mensaje; de que realidad y realidad virtual se confunden; de hecho la constatación de que, entre un pasado que ya no es y un futuro que es proyecto, toda realidad es virtual.

Por otro lado, las ideas orteguianas vienen a señalar al aspecto sociológico de este fenómeno. Es el hombre-masa con sus gustos simples, con su “primitivismo” (palabra muy querida por Ortega), con su elemental contextura intelectual y su nada exigente inquietud moral, quien ocupa la pantalla (es decir, el primer plano del “teatro del mundo”) e impone sus gustos. Y hay algo que escapa a este autor y que en las sociedades avanzadas como la nuestra cobra la mayor relevancia: este hombre-masa es un homo economicus y un consumidor por excelencia. Con sus gustos manda en el mercado y, por tanto, también en la producción cultural. Una sociedad desarrollada e igualitaria económicamente le permite consumir y, por tanto, “decidir”. Este hombre se encuentra, afortunadamente, en una democracia y no sólo decide económicamente, sino en otros ámbitos. Aquí hay otro punto delicado del debate: las mayorías, en una democracia, ¿sólo deciden en las elecciones; o también extienden su poder a la ética y la estética de los medios? Gustavo Bueno, intelectual nada sospecho de conformismo, ha puesto el dedo en esta llaga; en el derecho de las mayorías a un tipo de medios y contenidos que sean de su gusto como una exigencia democrática[4]. ¿Cómo compaginar esto con un sentido de la democracia ilustrado, de dirección de los mejores y valoración de la excelencia que nos es más propio a los europeos? ¿Se puede mantener una actitud de simple crítica elitista e intelectual, dando a la palabra “masa” una connotación negativa?[5] ¿Puede haber un equilibrio entre este elitismo escrupuloso, una actitud de despotismo ilustrado paternalista, por una lado, y una aceptación acrítica del fenómeno, por otro? La verdad es que esto es un laberinto, en el que estamos y cuya salida –nada fácil- buscamos con afán. De la salida a este laberinto depende, en gran parte, el futuro de la llamada Sociedad de la Información. Pero queda claro que estas dos profecías –tan distintas, por otra parte- nos lo anticiparon lúcidamente.
NOTAS

[1] Se comienza a publicar en el periódico El Sol en octubre de 1929; aparece como libro, aunque incompleto, en 1930 y en 1937 se le añade un “Prólogo para franceses” y un “Epílogo para ingleses”.
[2] Marías (en el prólogo a la ed. de Buenos Aires, Club de Lectores, 1985) recuerda que, en contra de lo que se ha interpretado a veces, masas no quiere decir “masas obreras”.
[3] Aunque aquí me refiero a los medios de comunicación masivos, a lo que Mac Luhan llama mass media, hay que matizar que su concepto de medio es más amplio: es todo medio técnico que prolonga las funciones humanas.
[4] Cf. Televisión. Apariencia y verdad, Barcelona, Gedisa, 2000; y Telebasura y democracia, Barcelona, Ediciones B, 2002; en esta última el profesor Bueno hace la polémica afirmación de que “en una sociedad democrática la audiencia siempre debe tener la última palabra”; la programación de baja calidad, la llamada “telebasura”, tiene que seguir a la audiencia, “no ya por razones éticas o morales, sino por razones de simple supervivencia democrática”.

[5] Algunos observan el fondo de hipocresía que hay en esto: “Esta actitud resulta ridícula por insincera, porque estos mismos hoplitas de la cultura necesitan de los medios de comunicación para sobrevivir y medrar. Habría que hablar de envidia o celos para explicar una conducta tan insincera” (Armando de Miguel, “Lugares comunes y medios de comunicación”, en La Ilustración Liberal, nº 2, abril-mayo 1999).

Oda al contenedor de la basura

Ningún lugar como éste para sentir de cerca
la efímera condición de los placeres
y el pobre destino al que está abocada
toda materia (incluyendo
la humana, pero esa
es otra cuestión).
Mirad esas cáscaras de fruta, latas vacías,
papeles arrugados e ilegibles, sobres
que a ningún buzón llegarán nunca;
no hace ni un instante fueron
objeto de placer, de solaz, de alguna útil
ocupación. Humildes objetos que no serán admirados
en ningún museo ni guardados con avaricia
por algún coleccionista ni morbosamente tocados por un fetichista.
Pero han cumplido su función en el mundo honradamente.
Y ahora pasan a mejor (o peor) vida
en un sucio camión, sin protocolo alguno,
manejados por fríos operarios, sin una pizca
de la solemnidad que al caso convendría.

Cristal mojado


La arena de los mares, las gotas de las lluvias
y los días del pasado, ¿quién podrá contarlos?

Libro de la sabiduría
(1,2)

¿Quién concibió esta extraña simetría
de los trazos de las gotas en el vidrio?
¿Quién puso orden en el caos de la lluvia
para que surja esta limpia arquitectura
de armonía secreta? ¿Quién dibuja
misteriosos sueños en el vaho
que condensa mi aliento? ¿Dónde está
el origen de la infinita trama de belleza
que ordena el mundo en esta tarde
de lluvia?

El universo

El universo, con toda la intrincada
trama de sus leyes y misterios,
cabe en una gota de rocío.
Como un perfume puede evaporarse.
El hilo finísimo del tiempo
su fragilidad de pétalo sostiene.

Yo soy el dueño de esta contingencia.
Cierro los ojos y el mundo ya no existe.

Dejo mi corazón

Dejo mi corazón como una almendra triste en medio de la calle
para que el viento arrastre su sombra a los confines.
Vivir es la simple rutina de latir a la intemperie:
la mala costumbre de estar en el lugar exacto
donde se reciben todas las heridas.

Lector

Más que vivir he asistido a la vida de otros.
No: a las palabras que ocultan la vida de otros.
No: a las sombras que cubren las palabras que ocultan la vida de otros.
No: a los sueños que curan las sombras que cubren las palabras que ocultan la vida de otros.
Más que vivir he asistido a ese largo rito de la íntima página,
a esa alucinada trama de signos que multiplica hasta el infinito su raíz en el tiempo.

Cervantes

presente estuvo mi persona al hecho
más de esperanza que de hierro armada



La vida es una pócima agridulce,
el mundo es ese mágico prodigio
que trama en broma algún demiurgo irónico:
esto aprendí de mis dolientes años.

Extraño es que mis labios no quedasen
empapados de hiel, sino de fresco
aliento de existencia. No he perdido
nunca mi inclinación a ser feliz.

Quédame, pues, hacer de la sonrisa
escudo y, de la lengua, un ejercicio
con que pasar el ocio mientras llega
la Parca con su última ironía.

A una dama cuyos atributos vislumbré por debajo de una mesa

Yo entreví tu mágica amatista
al ensanchar su cauce las rodillas
a la luz de la tarde y a mi vista
asombrada de tanta maravilla.

¡Oh dichosa visión! Tras el celaje
se vislumbraba el delicado musgo
que, apenas oculto en los encajes,
lucía como un sol entre los muslos.

¡Belleza capilar, huerto encrespado
que a todo monte mostraba su verdura¡
¡Deleitoso vergel nunca podado,
quién regara tu ubérrima espesura¡

Mas breve es toda dicha. Bien truncado
quedó mi bien. Cerráronse las piernas
de mi efímero amor indepilado;
y acabóse mi visión más tierna.

Una visita al centro de arte contemporáneo de Málaga

Diciembre 2007


Veo
la enorme pared blanca y, en el centro, un punto imperceptible,
un espacio vacío con hambre de materia,
la línea levísima que no quiere ser signo,
algún fragmento inútil y modesto de planeta adosado de cualquier
forma a la tela del lienzo,
un conato de forma -o de sombra de forma-, por ejemplo, una mancha,
marcos invisibles que dividen la nada geométricamente.

Veo al fondo, un ángel de silencio que cruza el estrellado
firmamento de pinceles rotos. Todos duermen
el aséptico sueño del vacío y no lo oyen.
Su vuelo exorciza colores y figuras
con un rito antiguo y despiadado.

Nada. Ni un átomo de sangre roja ni un pétalo reseco
y olvidado en las páginas de un libro -qué antigualla-.
Nada sirve para turbar el largo sueño de la fiera
ni siquiera para manchar la enorme pared y su costumbre
de incurable blancura.

lunes, 27 de julio de 2009

Raíz del terrorismo: la perspectiva totalitaria

Publicado en www.conoze.com
Saber observar los menudos detalles de lo cotidiano puede conducirnos, si lo hacemos con la perspicacia debida, al descubrimiento de ideas fundamentales, de pistas que arrojen luz sobre los fenómenos humanos. Sobre todo, sobre el arcano de los arcanos: el mal (siempre absurdo, casi siempre gratuito) infligido por unos hombres a otros. En este sentido es reveladora la anécdota que narra Julián Marías en sus “Memorias”. El filósofo, en fechas previas a la guerra civil española cuenta como sube a un tranvía y observa que un hombre joven lanza una indisimulada mirada de odio hacia una mujer bastante atractiva y con un aspecto inequívoco de burguesa. Observa Marías: muy mal está la cosa cuando el odio de clase puede más que las hormonas. Lo realmente grave, el síntoma que nos apunta a la enfermedad, es que este hombre no ve en esta mujer al individuo concreto e irrepetible, sino a un sujeto de la especie “burgués”. Hace abstracción de particularidades, incluso de su atractivo físico.

El terrorismo, y su sustrato ideológico que es el totalitarismo, se sustenta justamente en ese proceso de abstracción: el ser humano pierde su entidad de ser único, de dignidad inalienable, valioso en sí mismo (esto es, pierde su carácter de realidad personal) y se convierte en la pieza de una maquinaria mayor. Esta entidad, impersonal y anónima puede tomar muchas formas y llamarse Raza, Partido, Clase social. Cualquiera de ellas, en un momento dado, encarna el Mal. Construir un mundo perfecto, configurar esa utopía que siempre toma forma de matadero o cementerio, desde ciertas ideologías supone la eliminación radical de ese segmento social.

Este fenómeno corrobora la tesis que algunos defendemos: manipular la realidad, atentar contra la verdad no es un mero ejercicio mental cuyas consecuencias quedan limitadas en lo que llamaríamos Espíritu. Tiene consecuencias morales y, por tanto, repercusiones reales en la sociedad y en la vida. Así, ocultar o no tener en cuenta la realidad personal del hombre es el polvo que deviene estos lodos.

Los nazis que gaseaban judíos, los promotores del Gulag y de Katyn, los totalitarios de todas las épocas, bien podían decir a sus víctimas en un alarde de cinismo esencial: “En realidad, no tengo nada personal contra usted”.

Formas

Publicado en www.aeca.net
Con ocasión de una de las numerosas crisis del Ayuntamiento de Marbella (no recuerdo el año) los medios reprodujeron una imagen de Jesús Gil, que se me ha quedado grabada: el alcalde (o podía ser ex-alcalde en ese momento) salía de los juzgados de Málaga; hacía calor y el hombre, con la camisa abierta y resoplando como una locomotora, dejaba ver impúdicamente su oronda barriga y, de paso, una cadena de oro, seguramente cara pero de pésimo gusto.

La famosa foto, que fue reproducida generosamente en todos los medios, me suscitó una reflexión y me aseguró en una idea que hace tiempo tengo y que cada día confirmo. Esto es: la democracia es, sobre todo, una cuestión de formas, un problema formal. Me explico.

La mayoría de los políticos y algunos tratadistas hablan, hasta convertir el tema en un tópico, de la democracia desde un punto de vista moral. Es el discurso –tantas veces oído y que es acervo común de derechas e izquierdas- de los valores democráticos, el coraje cívico, la tolerancia, la solidaridad, etc. Esto es: la democracia es un conjunto de valores éticos y ser demócrata es poco menos que ser buena persona.

Sin embargo, la función de la democracia -al menos su función principal- no es crear o llenar de contenido estos valores (religiosos, laicos, trascendentes, inmanentes, da igual), sino organizar todo esta diversidad de forma coherente, lógica y -sobre todo- con posibilidades de rectificación, si se mete la pata. Se trata de montar un mecanismo complejo, un complicado juego de equilibrios, donde gente que poseemos distintas ideas, credos diversos, intereses contrapuestos, gustos contrarios nos tenemos que poner de acuerdo en algunos puntos sin liarnos a mamporros, que es lo que ha hecho el hombre históricamente a lo largo de casi toda su historia en este planeta. Por tanto, más que un sistema de valores, la democracia es un complejo sistema (prueba de su complejidad es lo difícil que resulta su implantación en tantos lugares) para organizar una pluralidad de valores distintos y hasta contrarios. En suma, lo dicho: cuestión de formas. “Formas” en un amplio sentido de la palabra, un sentido que abarque los usos y costumbres, pero también los aspectos jurídicos, institucionales, culturales, lingüísticos.

¿Se imagina alguien a los señores diputados hablando en bermudas y camiseta y llamándose de tú? ¿Qué ocurriría si no se respetase el turno de palabra, si no hubiese un horario para votar, si no existiesen unas normas fijas -y por tanto convencionales- que ponen un poco de orden en ese caos que es cualquier acción humana colectiva? No es casualidad que la nación que tiene el copyright del invento, el Reino Unido, sea sumamente cuidadosa con las normas y el protocolo, compatibles, en su caso con la mayor modernidad en otros ámbitos.

Vuelvo a mi imagen del principio. No tenía ni tengo nada personal contra ese señor. Incluso siento por su oronda humanidad y su elementalidad una pizca de simpatía. Pero, pensé al verlo: por principios, nunca votaría a alguien que, por mucho calor que haga, se desabroche en público más de tres botones de la camisa.