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He pasado la vida
ensayando poses delante del espejo
para el día de mi muerte.
Quizá en mi sillón
Flaubert,
rodeado de mis libros
polvorientos,
con una margarita medio
ajada en el ojal derecho
y las Máximas de
Marco Aurelio entre las manos
-como si la vista me
sirviese entonces para algo.
Diciendo a mis deudos y
parientes,
si alguno me queda, los
últimos consejos.
Todo esto es un juego
vagamente divertido
y siempre gana la Casa.
Da lo mismo a qué
apostéis; sólo hacedlo
sin perder la compostura
y, si es posible,
sin codazos ni
aspavientos. No abdiquéis
de lo que importa, la
Belleza; y no aflojéis jamás
ni el rigor de la sintaxis
ni el nudo de la corbata.
El Tiempo tiene en efecto, si no la última, la penúltima palabra. La última la tiene el Altísimo.
ResponderEliminarDe acuerdo, maestro. Pero quien habla no soy yo, sino el personaje.
EliminarMe gustan sobre todo los versos finales. Me parecen una manera original y elegante de dar el mejor consejo que se puede dar. Gracias.
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