Artículo publicado en Diario Sur (Málaga) el sábado 20 julio 2019.
Antonio
Garrido Moraga fue profesor mío de Crítica Literaria en la antigua
Facultad de Filosofía y Letras, en aquel ilustre caserón
conventual de San Agustín, con sus anchas escaleras, su magnífico
claustro y sus aulas amplias y un poco desangeladas. (Por cierto: qué
lastima que ese noble edificio se perdiera como sede universitaria).
Garrido era entonces un joven profesor recién salido de las primeras
promociones de la misma universidad, que compatibilizaba sus clases
en la Facultad con las del instituto de Martiricos. Lo recuerdo
llegando a clase, un poco jadeante (teníamos nuestra aula en la
última planta), algo sudoroso y moviendo esa enorme masa de su
cuerpo. Era joven, pero su calvicie prematura, las gafas y esa forma
de moverse como quien desplaza una masa superior a sus fuerzas, le
daban ya el aire de una persona sedentaria. Sin embargo, cuando
comenzaba a hablar resultaba una persona aguda, brillante, de
múltiples recursos, que sabía mezclar la erudición y la anécdota,
el dato raro de una lectura exquisita y la ocurrencia con una
facilidad pasmosa.
Recuerdo en
concreto un día que nos explicaba la obra De
Vulgari Eloquentia de Dante. Destacaba como
el genio florentino había hecho tantas cosas y todas de un nivel
supremo, como le había dado tiempo de sacar a su vida tanto
partido. Y luego hizo una confesión que sonaba a personal: ahora no
nos da tiempo a nada, a los modernos se nos pasa el tiempo con una
cosa y otra y no hacemos nada importante.
De este
pequeño comentario, que seguro mis compañeros de aula habrán
olvidado, deduzco que el tenía la obsesión de aprovechar el tiempo
y que, de hecho, lo aprovechó de una forma pasmosa, contradiciendo
esta afirmación pesimista.
Su
currículum, en el sentido etimológico de su itinerario por este
mundo, demuestra a una persona que ha proyectado su vida como un
abundante crisol de múltiples haces.
Profesor en
la universidad y en la secundaria, conferenciante, escritor, impulsor
de la Escuela de español para extranjeros de la UMA, académico,
hombre siempre presente en los foros culturales. Añádase su vida
pública como concejal, director de Instituto Cervantes de Nueva Yok,
parlamentario, político que llevaba el debate ideológico a una
altura intelectual no muy frecuente hoy. Añádase, por si fuera
poco, su labor de periodista en radio y televisión y su colaboración
como crítico literario en Diario Sur. Y para terminar, por no ser
abrumadoramente exhaustivo, su omnipresencia en el mundo cofrade:
pregones, charlas, debates...
Y toda esta
barahúnda de actividades hechas con un aire sosegado, con ese estilo
un poco mastodóntico de las personas gruesas, que parecen no tener
nunca prisa. ¿Y cuando tenía tiempo de leer, estudiar y preparar?
¿Dónde estaba su tiempo de sosiego y retiro?
Antonio
Garrido era nuestro Marañón malacitano, avaro aprovechador de los
momentos,
trapero del tiempo.