te cogerá el evento tomándote una horchata
en la puerta del Esquina, ese local famoso
donde las prostitutas esperan sus clientes desde hace décadas,
tan bello con su reclamo de neón rojo y sus veladores oxidados.
De nada te servirá, entonces, haber cambiado los neumáticos del coche
ni la revisión anual -tan fastidiosa- de la próstata.
¿Qué será -me pregunto- de esas chicas y sus escotes obscenos
y del camarero, cuyo hijo estudiaba ingeniería y alemán, en los veranos?
¿Qué será de este polígono y su alegre trajín de camioneros y chatarra?
¿Qué será de ti,
pobre proxeneta,
pobre proxeneta,
ahora que el mundo no existe?
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