Plúmbea
canícula inmisericorde,
régula sin
mácula,
espléndido
pináculo, orificio
ciego,
exfoliación suprema.
La órfica
piel sus grietas entreabre
-ave que
surca incomprendida
el cielo y
sus quietudes,
pétalo que
surge en floresta emergente-
y muestra su
misterio
de naranjas
amargas y larvas pululantes.
Oh hojas de
un Edén nunca perdido,
obra y broma
pesada de los dioses;
oh
inocencia, desorden del deseo,
búsqueda de
un centro genital y absoluto:
matemático
fuego. Dejadme que prefiera,
dándome
Fortuna a elegir atributos,
la
hiperbórea belleza de las uñas enanas,
de los
púbicos vellos en la sábana absueltos;
y que espere
la mano sanadora y amiga
-la misma
que ocultase a Eva sus retoños
y las parras
deshojase de este huerto-
que me lleve
hasta el limbo del venusino seno.
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