domingo, 22 de julio de 2012

Bergson y la evolución creadora



Uno de los pensadores con el que más se puede relacionar el concepto adleriano de finalidad es Bergson y, en concreto, con sus ideas de evolución creadora (evolutión creatice) e impulso vital (elan vital). La obra de Henri Bergson (1859-1941), como la de otros pensadores de las primeras décadas del siglo XX, se explica en parte como una reacción al pensamiento mecanicista, positivista, evolucionista, que pretende explicar la realidad -y al hombre con ella- desde leyes “naturales” físico-químicas. Su propensión al resaltar las cualidades exquisitas, lo intuitivo, lo inefable evoca tendencias artísticas impresionistas y simbolistas que les fueron contemporáneas. Toda la vida de este pensador judío-francés (también escritor de éxito, lo que no es frecuente entre filósofos) fue un batalla continua. El enemigo “recibe también mil nombres: materialismo, positivismo, intelectualismo, mecanicismo, determinismo”1. Oigamos al propio Bergson hablar en este sentido: “¿No es obvio que el primer paso del filósofo, cuando su pensamiento es todavía incierto y no tiene nada definitivo en su doctrina, consiste en rechazar definitivamente algunas cosas?”2 Si queda claro este carácter bergsoniano de negación y superación, más nos interesa su aspecto afirmativo y (con palabra que sería muy grata al filósofo) creador. La obra bergsoniana es amplia y abarca distintos temas, aunque siempre desde una misma preocupación intelectual y siguiendo unas líneas maestras de extraordinaria coherencia. Desde Materia y memoria (1896), La evolución creadora (1907), hasta una última etapa en la que se centra en las preocupaciones morales y religiosas, con un especial interés por la mística, con la obra Las dos fuentes de la Moral y la Religión (1932). Es sabido que en sus últimos años, que pasó prácticamente retirado de la vida social por problemas de salud, tuvo una profunda preocupación religiosa y se acercó espiritualmente al cristianismo, aunque no quiso hacerlo de manera pública y oficial por solidaridad con los judíos que, en estos momentos comenzaban a sufrir persecución en varias naciones de Europa. Con su última obra, El pensamiento y lo Moviente (1934), cierra una labor intelectual que abarca cuatro décadas.

Vamos a centrarnos en especial en dos textos que consideramos significativos y que pueden darnos una idea general de su visión del hombre y de algunos conceptos clave en este sentido: evolución creadora, impulso vital conciencia, duración. Estos dos textos se sitúan como círculos concéntricos, de forma que el primero (su libro de 1907 La evolución creadora) sirve para dar una idea general sobre la vida orgánica; y el segundo (su conferencia de 1912 La conciencia y la vida3) nos centra en la idea del hombre y en el concepto central de “conciencia”.

Pocas obras en la historia de la filosofa occidental han tenido más éxito y aceptación que La evolución creadora. Fue saludada por muchos como la esperada refutación del determinismo materialista. Para Bergson tanto el mecanicismo como el finalismo fracasan a la hora de explicar el proceso evolutivo de la vida (la vida orgánica en general, no sólo la humana), que por otro lado es un hecho evidente. Las diferentes formas de vida son, para él, el resultado de la combinación del empuje vital con la resistencia que la materia le opone. No es el desarrollo obligado de una plan preexistente, sino por el contrario un proceso de continua creación. Proceso que no tiene que ser unidireccional, pues también se pueden producir detenciones y retrocesos. En este proceso general, ¿cuál es el papel del hombre? Puede decirse que Bergson tiene una postura “humanista” al situar al hombre en una situación de especial e irreductible dignidad. Parte de una distinción clara entre instinto e inteligencia: “La diferencia (...) la formularíamos así: hay cosas que sólo la inteligencia es capaz de buscar pero que, por ella misma, no encontrará jamás. Estas cosas sólo el instinto las encontraría; pero nunca las buscará”4. Partiendo de esta distinción, la diferencia entre el hombre y los demás seres es clara por varios motivos: por la constitución especial del cerebro que permite elaborar y elegir un número ilimitado de respuestas; por el lenguaje, que permite su liberación de las concretas cosas materiales; y por la vida social, que permite al hombre, en su evolución, ir acumulando para las generaciones siguientes los conocimientos y avances adquiridos.

En el segundo texto al que hacemos referencia, La conciencia y la vida, se centra en la idea del hombre y lo que lo define desde una punto de vista filosófico: lo que llamaríamos, con expresión de Julián Marías, “antropología filosófica”. Bergson parte de la necesidad de un pensamiento que se adapte a la complejidad del hecho humano: “Nada hay más fácil que razonar al modo geométrico, con ideas abstractas, construir sin dificultad una doctrina en la que todo es coherente, y que parece imponerse por su rigor. Mas este rigor proviene de que se ha operado con una idea esquemática y rígida en lugar de seguir los contornos sinuosos y movibles de la realidad”5. Lo que define al hombre es lo que llamamos, con un término ciertamente vago y polisémico “espíritu”; y “quién dice espíritu dice, ante todo, conciencia”6. Dando un paso más adelante, identifica conciencia con memoria. Sin embargo, también toda conciencia es anticipación y proyección hacia el futuro. Así cada instante, cada porción mínima de tiempo no es más que un punto meramente teórico, que puede concebirse, pero no percibirse. De esta manera se explica uno de los conceptos capitales de su pensamiento: la duración. En realidad, lo que percibimos en ese instante imperceptible (valga la paradoja) es “una determinada densidad de duración”7. La duración (duré) es un estado de conciencia, un cambio continuo (“un yo que no cambia, no dura”); es un conjunto de momentos cualitativos heterogéneos. Como sólo puede medirse lo cuantitativo, la ciencia no puede alcanzar los estados de conciencia, de ahí su rechazo a la psicofisiología en el Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. Por tanto la conciencia, el hecho psíquico es sólo accesible a la intuición, que se convierte en un método válido de conocimiento. En ese instante imperceptible la conciencia actúa de forma creativa, imprevisible. Frente a la materia, que está gobernada por la necesidad, la conciencia está gobernada por la libertad. Porque “la vida es precisamente la libertad insertándose en la necesidad y volviéndola en provecho propio”8.

Hoy, después de la experiencia de terribles convulsiones históricas, en un momento de desconcierto filosófico y espiritual, ¿qué valoración puede hacerse del pensamiento bergsoniano en su conjunto? En su momento sirvió como reacción ante un pensamiento que, ante el hecho humano, se encuentra en un callejón sin salida. Ciertamente enriquece la perspectiva de la filosofía occidental. Ajeno a los problemas sociales y económicos, muy bien acogido por la sociedad burguesa de la época, tuvo un gran éxito en su tiempo. Pero, aunque deja al descubierto la insuficiencia del paradigma cientifista y mecanicista para explicar la realidad –y, sobre todo, la realidad humana-, no entra de lleno en un nuevo paradigma que prepara nuevos instrumentos para conocer esa extraña cosa que es el hombre; atisba, pero no entra –quizá era prematuro en su tiempo- en el terreno de lo que luego sería, en un sentido amplio, la “filosofía de la vida” de un Ortega o un Heidegger. 
 
1 Pedro Chacón Fuentes: Bergson, Madrid, Cincel, 1988, pág. 13.
2 El pensamiento y lo moviente, en Obras, París, PUF, 1959. pág. 1348.
3 Recogido en La energía espiritual, Madrid, Espasa-Calpe, 1982, págs. 13-37.
4 La evolución creadora, en Obras, ed. cit., pág. 623.
5 La conciencia y la vida, ed. cit., pág. 15.
6 Ibíd., pág. 16.
7 Ibíd., pág. 17.
8 Ibíd. Pág. 24.

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