jueves, 30 de julio de 2009

Pablo VI (precisamente ahora)

La inteligencia de Benedicto XVI es una potente máquina de sorprendernos, de aplastar tópicos y romper rutinas. La primera sorpresa de su encíclica Caritas in Veritate (en cuyo rico contenido habrá que entrar más adelante) es el hecho de enlazar directamente con el magisterio de Pablo VI y su Populorum Progressio. Pablo VI, precisamente ahora, ¿por qué? Se suponía al papa actual más vinculado a Juan Pablo II, con quien tuvo una relación espiritual e intelectual que puede calificarse de “sincronizada”. Además, Pablo VI lleva (en ese juego de las simplificaciones) la etiqueta de “progre” frente a la de “conservador” que adorna a Ratzinger desde siempre. Hay otro factor que coadyuva a la sorpresa: Pablo VI es una figura histórica un poco desdibujada en los últimos años. Queda como oculto entre dos figuras gigantescas (dejando aparte la imagen efímera de Juan Pablo I) que tienen un perfil muy acusado y una gran proyección pública: Juan XXIII y Juan Pablo II. Respectivamente, el papa de la apertura al mundo, del aggiornamento, el papa que más simpático cae a los no católicos; y el papa que ocupa el espacio mediático con su enorme figura, criticado y cuestionado fuera y dentro de la Iglesia, pero con un carisma indiscutible. Difícil papel, entre este dúo, el de Montini, sensible e intelectual (se ha dicho que “intelectual afrancesado”, amigo y seguidor de Maritain), sufridor de las los avatares del postconcilio, incomprendido por tirios y troyanos. La España de Franco lo miró con desconfianza, pero la progresía lo critica por no ser suficientemente avanzado. Sufrió como nadie las energías desatadas por el postconcilio (catecismo holandés, teología de la liberación, movimiento de los curas obreros), donde se mezclaron montañas de buenas intenciones con errores de bulto que tanto daño hicieron a la Iglesia; donde mucha gente llegó a tensar la cuerda hasta el extremo de la ruptura. Fue acusado de dubitativo, se le llamó el “el papa hamletiano” y, sin embargo, algunos de sus documentos como el Humae Vitae o el Credo del Pueblo de Dios, son una vuelta a la doctrina tradicional ante las dudas y las interpretaciones torcidas que estaban apareciendo en aquellos momentos.

¿Por qué -vuelvo a la pregunta inicial- Benedicto XVI se vuelve hacia él para sentar las bases de su doctrina social? Pienso que hay un mensaje claro: Pablo VI es, con sus luces y sombras, más que ningún otro pontífice, “el papa del Concilio”. Juan XXIII lo pone en marcha de una forma genial e intuitiva, pero es él quien lo culmina y quien sufre en sus carnes el difícil encaje de la Iglesia con la revolución cultural que inicia Occidente en los 60. En esas turbulencias, fue él el encargado llevar el timón de la nave milenaria. A pesar de las aparentes dudas, su dirección de crucero siempre estuvo muy clara: apertura al mundo, a la cultura, aggiornamento, pero fidelidad sin fisuras al Credo de la Iglesia (que tiene que volver a proclamar y resumir, para que no queden dudas, en 1968) y a su Magisterio Apertura y fidelidad, esa es la ecuación, necesariamente simplificadora, que resume el Concilio Vaticano II y que Pablo VI encarna en su persona y magisterio.

El dedo de Benedicto XVI apunta de forma clara: sigue siendo el Concilio la hoja de ruta para la Iglesia del siglo XXI.

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