Yo entreví tu mágica amatista
al ensanchar su cauce las rodillas
a la luz de la tarde y a mi vista
asombrada de tanta maravilla.
¡Oh dichosa visión! Tras el celaje
se vislumbraba el delicado musgo
que, apenas oculto en los encajes,
lucía como un sol entre los muslos.
¡Belleza capilar, huerto encrespado
que a todo monte mostraba su verdura¡
¡Deleitoso vergel nunca podado,
quién regara tu ubérrima espesura¡
Mas breve es toda dicha. Bien truncado
quedó mi bien. Cerráronse las piernas
de mi efímero amor indepilado;
y acabóse mi visión más tierna.
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