lunes, 3 de agosto de 2009

El bus ateo: un mundo al revés

Publicado en Diócesis (Bolentín del obispado de Málaga), nº 618 agosto 2009


"Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida”. Esto es, se postula la libertad concebida como una ausencia de ataduras y limitaciones, el desarrollo del sentido lúdico del vida. La libertad se justifica a sí misma. No necesita un fundamento ético o axiológico; y, mucho menos, trascendente. Nadie como Nietzsche ha sacado a la luz el sentido trágico que hay en el fondo de esta arriesgada actitud.
La opción contraria sería la expresada por una frase de Jesús, que también tiene fuerza de eslogan: “La verdad os hará libres”. O sea: el actuar humano no es un puro elegir por azar o capricho, sino que tiene que estar fundamentado en la verdad y, en el fondo, en una instancia trascendente que le da sentido.
Más que teísmo o ateísmo, aquí enfrentamos dos formas de concebir el acontecer humano: la acción que se justifica sí misma en su propio devenir y la que pretende ser un reflejo de valores fundantes.
El eslogan que resume la cosmovisión cristiana nos conduce a un existencia dura, porque la verdad tiene sus exigencias y la libertad no puede andar a su capricho. Dura, pero satisfactoria, porque la verdad no es imposición que limita y constriñe la libertad, sino soplo que la impulsa, savia que la vivifica. Libertad que, en su desarrollo, se convierte en alegría y felicidad.
Por el contrario, este “haz lo que quieras” sin fundamento convierte la libertad en una fuerza indeterminada que sólo da cuentas a sí misma. Los actos humanos, sin vinculación moral, pierden sentido y dirección. Y soy más modesto: no hablo ya de un sentido trascendente, o religioso, sino simplemente de una raíz moral que vincule a los actos humanos.
Frente a “La verdad os hará libres” el “Sé libre, pues no hay verdad”. Un mundo basado en la ausencia de fundamento. Un efecto sin causa. Un mundo al revés.

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