El gran escritor italiano vivió la última etapa de su vida como un verdadero apasionado de la Vida y del Espíritu:
Bitácora de Tomás Salas con textos de varia lección y comentarios de amigos y amables curiosos.
El gran escritor italiano vivió la última etapa de su vida como un verdadero apasionado de la Vida y del Espíritu:
No usar adjetivos sensitivos
ni verbos en primera persona.
No mostrar
sentimientos, como suelen
los influencers y los pobres románticos.
(Si alguno se permite,
que sea la ironía.)
Nunca citar a un
escritor que haya vendido
más de 10 ejemplares.
Considerar a los
lectores -sobre todo a los propios-
como a un atajo de
ilusos: lo que son.
Saber que incluso la
Vanguardia
acaba en Academia y
tesis doctoral.
Dejar que la palabra fluya con su hiel
y su áspera dicha, sin retóricas.
Esperar que mi obra asome al fin
(a esto llaman posteridad los entendidos.)
en alguna librería de viejo polvorienta
o en el
contenedor del reciclado de papel.
Todas estas cosas
-y algunas que me callo-
son las que me impongo para ser
un poeta maldito.
La muerte es un gesto difícil.
Tantas veces lo
ensayaste delante del espejo
y, sin embargo, ahora
no recuerdas
ni el color del traje
escogido para el trance.
Escribo ensayos tristes y poemas sonámbulos.
El abejorro vuela rozando las arañas.
Margarita sin pétalos. Páginas sin sombra
y un enjambre de moscas familiares.
Escribo por no tener otra cosa para el tiempo.
Papeles manchados de tinta violeta.
Hormigas que tropiezan con ardor gongorino.
Escribo con la pluma oxidada de polvo.
La sangre de los siglos, coagulada,
nunca será latido, sino letra.
Ensarto las
palabras en con el hilo y la aguja
antes que el scriptorium se invada
de polillas.
Cansar,
me cansa la vida sobre el hombro.
Pesar, me pesan las
horas y los huesos.
Vivir, vivo y no salgo
de mi asombro
de seguir latiendo a
medias con mi cuerpo.
Morir, muero y el caso
es que me río
de que esta lotería de
la muerte
venga a tocarme a mí (precisamente,
habiendo tantos muertos), que estoy vivo.