
Entréme un día a un mingitorio, en donde
(unisex se llama ahora, por mal nombre)
efebos y canéforas comparten
la evacuación de sus innobles partes.
Líquidos y sólidos y gases pestilentes
segrega aquí todo tipo de gente.
De varios sexos, edades y nación,
se igualan en la misma condición.
Sumido en este trance igualitario
(hay que ver lo que inspira un urinario)
abierta la rendija, callado y escondido,
me llega un sinfónico sonido
que, por su fuerza, eco y desatino,
supongo juvenil y femenino
no sé por qué. Líquido beso,
catarata que cae por su peso,
chorrito cantarino que sugiere
tras de sí delicias y placeres,
se mezcla en una cálida armonía
con el agua olorosa de lejía.
En este oculto y grato gineceo
tan dulce música y plácido goteo
numen es que me eleva hasta las nobles
esferas de músicas acordes.
Manadero de humedades escondidas,
hontanar oculto, gruta presentida,
si tal es la delicia del torrente,
¡cómo ha de ser el caño de la fuente!