
Hay, sin embargo, un punto, en el que Marx acertó plenamente y de una forma profética: en la lista de sus enemigos. Recordamos el magnífico y dramático comienzo del manifiesto: “Un fantasma recorre Europa el fantasma del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han unido en una santa alianza para acorralar a este fantasma: el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales de Francia y los políticos de Alemania”.
Desde luego que Marx sabe bien escoger a sus enemigos y señalarlos con nombres y apellidos. El primero, el papa. La intuición del filósofo es magnífica. Él no podía prever que un sindicato de inspiración católica en Polonia, apoyado por un papa polaco, iba a ser la primera gran termita roedora que acabase con ese mueble ya apolillado del comunismo. Ni podía prever que en un mundo falto de referentes morales, la figura del papa polaco iba a alcanzar una talla gigantesca. Marx no podía saber nada de esto, pero intuía que su doctrina social era, ante todo, la negación (aunque algunos hayan creído lo contrario) del humanismo cristiano. Sus otros enemigos son: el zar, Metternich, Guizot. Esto es: la vieja Europa aristocrática y conservadora (el zar) que naufraga en parte (revolución francesa, disolución del Imperio autro-húngaro), pero que sigue latente y sin la cual no se explica gran parte de la cultura europea; el liberalismo burgúes (Guizot), el conservadurismo inteligente y dispuesto a adaptarse con tal de no peder sus esencias (Metternich). Da la coincidencia de estas ideas, unidas al Cristianismo, son la raíz de la civilización europea y, por extensión, occidental. Son las mismas fuerzas que, salvadas las distancias cronológicas, reconstruyen Europa desde sus ruinas después de la II Guerra Mundial. Los nombres de Guizot o Metternch pueden ser sustituidos por esas nuevas “potencias de la vieja Europa”: los Churchill, Adenauer, De Gasperi, Monet, De Gaulle, etc. Y dice Marx, en una frase de estupenda expresividad, que todas estas fuerzas malignas se han unido para “acorralar al fantasma”. Muchos años después, está claro que lo consiguieron.
Muchos ha llovido desde 1848, pero está claro que estas viejas fuerzas (cristianismo liberalismo, racionalismo, tradicionalismo, los fundamentos espirituales de Occidente), a pesar de serios problemas (por ejemplos la unidad monetaria), siguen constituyendo una fuente dinámica de posibilidades, mientras que el comunismo arrastra una irremediable vejez de siglos.