miércoles, 27 de julio de 2011

Los enemigos de Marx

Hace más de un siglo y medio se publicaba uno de los documentos más importantes e influyentes de la historia de la humanidad; uno de esos documento de los que todo el mundo habla pero casi nadie ha leído: el famoso Manifest der Kommuunisschen Partei (Manifiesto del Partido Comunista) publicado por Marx y Engels en 1848. Más de un siglo y medio después, las ideas de este breve texto (o la interpretación torcida de sus ideas) ha producido una transformación en el mundo sólo comparable a la que provocó el cristianismo. Se han dado las más diversas versiones sobre las dotes proféticas del Manifiesto. Hay algunos que todavía siguen viendo en Marx un referente esencial del pensamiento social; y piensan que su obra, a pesar de sus aplicaciones colectivas, es algo más que letra muerta. Así el alemán H. S. Enzensberger (artículo publicado en El País, 22/11/1998) piensa que, aunque en algunos puntos no acierta, el Manifiesto “analiza el mecanismo de crisis inherente a la economía capitalista con una exactitud sin parangón”. Es es: más que acertar en los remedios, Marx atina en el diagnóstico de las enfermedades del capitalismo. “La fuerza del marxismo -escribe este autor- reside en su implacable negatividad, en su criticismo radical del status quo”. Otros, en cambio, pensarán que Marx erró en lo fundamental: el desarrollo del capitalismo iría creando unas contradicciones y unas espantosas desigualdades que lo harían estallar, dando paso al socialismo. Ha ocurrido todo lo contario. En las sociedades de capitalismo avanzado se han ido limando desigualdades y creando una amplia capa social de clases medias, que son tan partidarias del comunismo como el gato del agua fría. Así, el sistema no ha sido posible, como Marx creía, en las sociedades de capitalismo avanzado, sino en comunidades atrasadas social y económicamente, que han visto en el anticapitalismo el remedio de todos sus males (China, algunos países africanos), o en países en los que simplemente se ha impuesto manu militari (las naciones del este europeo). En ninguna país desarrollado, que se sepa, ha habido una mayoría que opte por el comunismo, ni siquiera en sus versiones light (eurocomunismo de Carrillo, por ejemplo).

Hay, sin embargo, un punto, en el que Marx acertó plenamente y de una forma profética: en la lista de sus enemigos. Recordamos el magnífico y dramático comienzo del manifiesto: “Un fantasma recorre Europa el fantasma del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han unido en una santa alianza para acorralar a este fantasma: el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales de Francia y los políticos de Alemania”.

Desde luego que Marx sabe bien escoger a sus enemigos y señalarlos con nombres y apellidos. El primero, el papa. La intuición del filósofo es magnífica. Él no podía prever que un sindicato de inspiración católica en Polonia, apoyado por un papa polaco, iba a ser la primera gran termita roedora que acabase con ese mueble ya apolillado del comunismo. Ni podía prever que en un mundo falto de referentes morales, la figura del papa polaco iba a alcanzar una talla gigantesca. Marx no podía saber nada de esto, pero intuía que su doctrina social era, ante todo, la negación (aunque algunos hayan creído lo contrario) del humanismo cristiano. Sus otros enemigos son: el zar, Metternich, Guizot. Esto es: la vieja Europa aristocrática y conservadora (el zar) que naufraga en parte (revolución francesa, disolución del Imperio autro-húngaro), pero que sigue latente y sin la cual no se explica gran parte de la cultura europea; el liberalismo burgúes (Guizot), el conservadurismo inteligente y dispuesto a adaptarse con tal de no peder sus esencias (Metternich). Da la coincidencia de estas ideas, unidas al Cristianismo, son la raíz de la civilización europea y, por extensión, occidental. Son las mismas fuerzas que, salvadas las distancias cronológicas, reconstruyen Europa desde sus ruinas después de la II Guerra Mundial. Los nombres de Guizot o Metternch pueden ser sustituidos por esas nuevas “potencias de la vieja Europa”: los Churchill, Adenauer, De Gasperi, Monet, De Gaulle, etc. Y dice Marx, en una frase de estupenda expresividad, que todas estas fuerzas malignas se han unido para “acorralar al fantasma”. Muchos años después, está claro que lo consiguieron.

Muchos ha llovido desde 1848, pero está claro que estas viejas fuerzas (cristianismo liberalismo, racionalismo, tradicionalismo, los fundamentos espirituales de Occidente), a pesar de serios problemas (por ejemplos la unidad monetaria), siguen constituyendo una fuente dinámica de posibilidades, mientras que el comunismo arrastra una irremediable vejez de siglos.

sábado, 23 de julio de 2011

Pemán: razones de un olvido



* Artículo publicado en el Diario de Cádiz el 7 de junio de 1996
Celebración de los actos de su centenario

¿Qué extrañas razones determinan la gloria o el olvido literario? ¿Qué motivos arcanos llevan a algunos autores al Olimpo de los elegidos , y a otros al limbo de los olvidados? Estas preguntas tienen difícil respuesta. Hay autores que resisten el paso de las generaciones de lectores y críticos y otros a los que arrolla el tiempo. En la literatura española del siglo XX hay algunos casos de olvidos escandalosos. Quizá el más sangrante sea el de Eugenio d’Ors. No existe -que yo sepa- una antología asequible de sus Glosas. Las obras de este pensador capital de nuestra cultura son hoy rarezas bibliográficas. Otro olvido injusto es el de Pemán. Aunque las razones de este abandono sean complejas, voy a aventurar tres, que pueden arrojar alguna luz sobre el problema.
a) La primera razón es ideológica. Los ideales católicos y monárquicos de Pemán no ayudan ciertamente a difusión de su obra. Este prejuicio no sólo es español, sino universal (mejor, occidental). Se le perdona a Neruda y Sartre su comunismo, pero no a Pound su nazismo. Se le da el Nóbel a García Márquez, reconocido entusiasta de la dictadura cubana, pero no al conservador Borges. Hay que reconocer que la izquierda tiene la primacía en el prestigio intelectual. Pemán, que nunca fue un claro franquista y, mucho menos, fascista, es otra víctima de este prejuicio.
b) La segunda causa reside en su misma obra. Pemán fue un escritor prolífico, quizá demasiado. Su obra es enorme en cantidad, enorme en diversidad y (¡ay¡) enorme en irregularidad. Una obra tan amplia tiene, necesariamente, valles y cimas. Como Lope de Vega, como Pla, como Azorín, Pemán es uno de esos magos que todo lo que toca lo convierte en literatura, que sabe moverse en los más distintos registros, géneros y temas. En el caso de Pemán, esta diversidad de registros va desde el tratado de doctrina política al teatro popular, desde la narrativa breve al discurso académico, desde el ensayo religioso al costumbrismo andaluz. No se le identifica (como a Cervantes o Defoe) con una obra maestra. Su extensión y heterogeneidad le perjudican casi tanto como su conservadurismo.
c) Y hay una tercera razón. Pemán no es clasificable en ninguno de los grupos canónicos que la crítica y la industria cultural han inventado: 98, Generación del 27, Novecentismo, novela de postguerra, etc. Estos esquemas se perpetúan en la enseñanza, en la universidad, en los medios de comunicación y publicación. Parece que los que quedan fuera de estos cotos son más propensos al olvido. ¿En que “capítulo”, en que “generación” de la literatura española situar a Pemán?

Sólo cabe esperar que el tiempo borre olvidos y prejuicios y vuelva las cosas a su lugar. El tiempo, decía Borges, escribe magníficas antologías.