sábado, 20 de julio de 2013

Dante



No sabía que sus ojos estaban al fondo del abismo, esperándome con su luz metálica.

No calibré la profundidad de estas aguas oscuras y su urdimbre de algas pegajosas.

No recordé que aquí, en esta remota morada, habita el silencio como un bloque de hielo prehistórico.

El olvido y la audacia me empujaron al descenso, igual que mi maestro florentino.

Y, después de las tempranas sombras, alcanzado el primer círculo y casi perdida la esperanza,

sereno, vislumbré al final del pasadizo

la luz que allí sabía, desde siempre.

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