domingo, 20 de noviembre de 2011

Soneto de la caricia interminable

Suaves curvas, colinas achatadas,

laderas donde el tacto rueda y place,

paralelos montículos, nevada

tez que en firmes ternezas se deshace.



No sé que admirar más; si el promontorio

de la carne abundante, o la ranura

que en medio dejan ambos abalorios,

estrecha y misteriosa, por lo oscura.


Oscura, pero clara. ¡Tiempo breve

y precioso el dedicado a la delicia

del palpamiento sabio y demorado!


¡Oh la mano golosa, que no puede

detener sus férvidas caricias

perdida en estos montes y estos prados!


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