Uno de los pensadores con el que más
se puede relacionar el concepto adleriano de finalidad es Bergson y,
en concreto, con sus ideas de evolución creadora (evolutión
creatice) e impulso vital (elan
vital). La obra de Henri Bergson (1859-1941),
como la de otros pensadores de las primeras décadas del siglo XX, se
explica en parte como una reacción al pensamiento mecanicista,
positivista, evolucionista, que pretende explicar la realidad -y al
hombre con ella- desde leyes “naturales” físico-químicas. Su
propensión al resaltar las cualidades exquisitas, lo intuitivo, lo
inefable evoca tendencias artísticas impresionistas y simbolistas
que les fueron contemporáneas. Toda la vida de este pensador
judío-francés (también escritor de éxito, lo que no es frecuente
entre filósofos) fue un batalla continua. El enemigo “recibe
también mil nombres: materialismo, positivismo, intelectualismo,
mecanicismo, determinismo”1.
Oigamos al propio Bergson hablar en este sentido: “¿No es obvio
que el primer paso del filósofo, cuando su pensamiento es todavía
incierto y no tiene nada definitivo en su doctrina, consiste en
rechazar definitivamente algunas cosas?”2
Si queda claro este carácter bergsoniano de negación y superación,
más nos interesa su aspecto afirmativo y (con palabra que sería muy
grata al filósofo) creador. La obra bergsoniana es amplia y abarca
distintos temas, aunque siempre desde una misma preocupación
intelectual y siguiendo unas líneas maestras de extraordinaria
coherencia. Desde Materia y memoria
(1896), La evolución
creadora (1907), hasta
una última etapa en la que se centra en las preocupaciones morales y
religiosas, con un especial interés por la mística, con la obra Las
dos fuentes de la Moral y la Religión
(1932). Es sabido que en sus últimos años, que pasó prácticamente
retirado de la vida social por problemas de salud, tuvo una profunda
preocupación religiosa y se acercó espiritualmente al cristianismo,
aunque no quiso hacerlo de manera pública y oficial por solidaridad
con los judíos que, en estos momentos comenzaban a sufrir
persecución en varias naciones de Europa. Con su última obra, El
pensamiento y lo Moviente (1934), cierra una
labor intelectual que abarca cuatro décadas.
Vamos a centrarnos en especial en dos
textos que consideramos significativos y que pueden darnos una idea
general de su visión del hombre y de algunos conceptos clave en este
sentido: evolución creadora, impulso vital conciencia, duración.
Estos dos textos se sitúan como círculos concéntricos, de forma
que el primero (su libro de 1907 La evolución
creadora) sirve para dar una idea general
sobre la vida orgánica; y el segundo (su conferencia de 1912 La
conciencia y la vida3)
nos centra en la idea del hombre y en el concepto central de
“conciencia”.
Pocas obras en la historia de la
filosofa occidental han tenido más éxito y aceptación que La
evolución creadora. Fue saludada por muchos
como la esperada refutación del determinismo materialista. Para
Bergson tanto el mecanicismo como el finalismo fracasan a la hora de
explicar el proceso evolutivo de la vida (la vida orgánica en
general, no sólo la humana), que por otro lado es un hecho evidente.
Las diferentes formas de vida son, para él, el resultado de la
combinación del empuje vital con la resistencia que la materia le
opone. No es el desarrollo obligado de una plan preexistente, sino
por el contrario un proceso de continua creación. Proceso que no
tiene que ser unidireccional, pues también se pueden producir
detenciones y retrocesos. En este proceso general, ¿cuál es el
papel del hombre? Puede decirse que Bergson tiene una postura
“humanista” al situar al hombre en una situación de especial e
irreductible dignidad. Parte de una distinción clara entre instinto
e inteligencia: “La diferencia (...) la formularíamos así: hay
cosas que sólo la inteligencia es capaz de buscar pero que, por ella
misma, no encontrará jamás. Estas cosas sólo el instinto las
encontraría; pero nunca las buscará”4.
Partiendo de esta distinción, la diferencia entre el hombre y los
demás seres es clara por varios motivos: por la constitución
especial del cerebro que permite elaborar y elegir un número
ilimitado de respuestas; por el lenguaje, que permite su liberación
de las concretas cosas materiales; y por la vida social, que permite
al hombre, en su evolución, ir acumulando para las generaciones
siguientes los conocimientos y avances adquiridos.
En el segundo texto al que hacemos
referencia, La conciencia y la vida,
se centra en la idea del hombre y lo que lo define desde una punto de
vista filosófico: lo que llamaríamos, con expresión de Julián
Marías, “antropología filosófica”. Bergson parte de la
necesidad de un pensamiento que se adapte a la complejidad del hecho
humano: “Nada hay más fácil que razonar al modo geométrico, con
ideas abstractas, construir sin dificultad una doctrina en la que
todo es coherente, y que parece imponerse por su rigor. Mas este
rigor proviene de que se ha operado con una idea esquemática y
rígida en lugar de seguir los contornos sinuosos y movibles de la
realidad”5.
Lo que define al hombre es lo que llamamos, con un término
ciertamente vago y polisémico “espíritu”; y “quién dice
espíritu dice, ante todo, conciencia”6.
Dando un paso más adelante, identifica conciencia con memoria. Sin
embargo, también toda conciencia es anticipación y proyección
hacia el futuro. Así cada instante, cada porción mínima de tiempo
no es más que un punto meramente teórico, que puede concebirse,
pero no percibirse. De esta manera se explica uno de los conceptos
capitales de su pensamiento: la duración. En realidad, lo que
percibimos en ese instante imperceptible (valga la paradoja) es “una
determinada densidad de duración”7.
La duración (duré)
es un estado de conciencia, un cambio continuo (“un yo que no
cambia, no dura”); es un conjunto de momentos cualitativos
heterogéneos. Como sólo puede medirse lo cuantitativo, la ciencia
no puede alcanzar los estados de conciencia, de ahí su rechazo a la
psicofisiología en el Ensayo sobre los datos
inmediatos de la conciencia. Por tanto la
conciencia, el hecho psíquico es sólo accesible a la intuición,
que se convierte en un método válido de conocimiento.
En ese instante imperceptible la conciencia
actúa de forma creativa, imprevisible. Frente a la materia, que está
gobernada por la necesidad, la conciencia está gobernada por la
libertad. Porque “la vida es precisamente la libertad insertándose
en la necesidad y volviéndola en provecho propio”8.
Hoy, después de la experiencia de
terribles convulsiones históricas, en un momento de desconcierto
filosófico y espiritual, ¿qué valoración puede hacerse del
pensamiento bergsoniano en su conjunto? En su momento sirvió como
reacción ante un pensamiento que, ante el hecho humano, se encuentra
en un callejón sin salida. Ciertamente enriquece la perspectiva de
la filosofía occidental. Ajeno a los problemas sociales y
económicos, muy bien acogido por la sociedad burguesa de la época,
tuvo un gran éxito en su tiempo. Pero, aunque deja al descubierto la
insuficiencia del paradigma cientifista y mecanicista para explicar
la realidad –y, sobre todo, la realidad humana-, no entra de lleno
en un nuevo paradigma que prepara nuevos instrumentos para conocer
esa extraña cosa que es el hombre; atisba, pero no entra –quizá
era prematuro en su tiempo- en el terreno de lo que luego sería, en
un sentido amplio, la “filosofía de la vida” de un Ortega o un
Heidegger.
1
Pedro Chacón Fuentes: Bergson, Madrid, Cincel, 1988, pág.
13.
2
El pensamiento y lo moviente, en Obras, París, PUF,
1959. pág. 1348.
3
Recogido en La energía espiritual, Madrid, Espasa-Calpe,
1982, págs. 13-37.
4
La evolución creadora, en Obras, ed. cit.,
pág. 623.
5
La conciencia y la vida, ed. cit., pág. 15.
6
Ibíd., pág. 16.
7
Ibíd., pág. 17.
8
Ibíd. Pág. 24.
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