jueves, 29 de julio de 2010

Manos

Había cogido la costumbre de mirarse las manos con insistencia, como si no fueran suyas. Un poco gordezuelas, con las venas algo salientes, blancas de no haber hecho nunca trabajos duros, siempre le sorprendían. Su madre, en las pocas menciones que se permitía sobre aquel hombre, acostumbraba a decirle que se parecían a las de su padre (su madre decía “a él”, simplemente), al que no conocía y del que sólo poseía vagas referencias. Un día ocurrió lo inesperado y lo que él, paradójicamente, había estado esperando toda la vida. Las vio encima de la mesa de un café. Cogían una taza y se la llevaba a la boca. Saltó como un rapaz sobre su presa. Buscó la cara con la desesperación de quien cumple su última voluntad. La mano movía la taza en una curva que le pareció el majestuoso movimiento de un astro. No obstante, la imagen se fue perdiendo en la ventanilla del coche hasta desaparecer. No se atrevió a pedirle a su madre que parase.

1 comentario:

  1. El punto de arranque y la emoción del prota están muy bien conseguidos. La descripción del movimiento de la mano es majestuosa. Pero yo habría preferido al final un salto más audaz, no sé, un paso al más allá, a algo más maravilloso o terrible, porque ese final de un coche corriendo me parece demasiado fugaz. Pero es un buen microrrelato. A ver si me enseñas. Un abrazo.

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