sábado, 15 de agosto de 2009

Oración por Kurt Cobain


Para mi hija Cristina

Tu cara de niño triste y mal criado
(no sé porque todos los niños tristes
tienen los ojos azules y son rubios),
tu voz de huraño animal doméstico
al que alguien le pisó la cola
me hacen sospechar, pequeño Kurt, que nunca
tocaste la fibra última de la ternura
y que los goces de la vida te llegaron
como tábanos que pican en desorden.
Fama, drogas, amor; todo ese Nirvana
estridente de vinilo y humo no te hicieron
feliz, ni siquiera indiferente.

Ahora, que estás en la otra orilla
y que tu cuerpo es un piedra silenciosa,
me pregunto, pequeño Kurt, si alguien,
alguna vez,
conmovido por tu desgracia, habrá elevado
por ti, siquiera una pequeña plegaria.

Oh Señor, que en tu profundo seno
recoges todos los secretos fracasos del hombre
y acumulas, como un inmenso hospital,
el hedor de nuestras heridas infectadas,
sólo Tú comprendes
a la prostituta, al drogadicto y al suicida,
sólo Tú conoces la fibra íntima,
el atisbo de inocencia no perdida
de quien se revuelve en el fango del mal y el sinsentido.

Sóló Tú puedes entender que el pobre Kurt,
perdido en el abismo, no encontrara
más que su propia cara resacosa en el espejo
y un poco de placer recogido en migajas,
triste regusto a sexo, a saliva, a fría nicotina.

Porque sus ojos eran ciegos a tu Gracia,
debes darle, Señor, la luz ahora.
La luz y el silencio. Se merece
este inocente niño un poco de tu paz.
Acúnalo, Señor, en tus maternos brazos.

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